¡Qué no venga el poema nunca más a salvarme!
¡Qué deje de incendiarme!
Qué se vaya y me deje con mi manto de aurora, con mi riesgo y mi suerte, con mi rama enervada y mi palabra muda, mordiéndome la entraña.
¡Qué deje de retarme a pecho abierto!
No voy a permitirle, que vuelva a pasearse entre mis dedos. Que se pose en mis teclas con sus labios altivos de: " Vengo a sangrarte el silencio... A mostrarte en mi espejo lo que no quieres ver"
¡Qué me deje en paz y se vaya!
Porque hoy quiero detenerme sin prisa, en las calles vacías de la ciudad dormida.
No quiero que se teja en mi verbo y crujan mis raíces. O que venga y se postre en mi retina como un retro-horizonte de error y nieve.
¡No pienso dejarle, que vuelva a matarme en blanda muerte con su daga!
Ni que asome en mi palabra, o se lave en mi boca o que sueñe que puede poseerme; hacerse de mi piel y abrir a su placer mis cicatrices...
¡Qué se largue, con su bala de cobre a otra parte!
Que no me traiga en cien borlas cuajadas de palabras bonitas, al hombre que ayer me abandonaba.
Que no me rompa la voz, ni la niñez, con su crudo y absoluto rigor golpeando en mis corazas. Que no vuelva a creerse que es mi dios, que yo no tengo religión y sólo pertenezco al dios de mi morada.
No voy a volver a inclinarme, frente a él.
Porque hoy: me aprendo en este cuerpo, me incendio en este pecho, me rompo y me equilibro justo aquí. Porque hoy, me siento solo mía y no quiero que otra vez; la piel de la poesía regrese y me desgarre.
Que me deje en paz y entienda que me basto yo sola para el llanto y la vida, para la lluvia dentro...
¡Qué no venga la poesía a ponerme de rodillas, sin aliento, gimiendo una vez más por mis errores!.
¡Qué me deje vivir a mis anchas en esta niñez adulta, en la anestesia perfecta de mis mejores días!
Que sean mis aristas las que rompan mi espejo o mi prisma.
Que me coman mis egos, si es preciso, mientras él se deleita o se ríe de mí; altivo y vaporoso en su torre de marfil. Y que sepa, que tengo derecho a equivocarme y se vaya a otra sangre, a otra piel, a otra boca...
¡Qué no vuelva a tumbarme jamás en mis derrotas!
Porque hoy me quedo contigo. Con el gesto y el abrazo del amigo que se mira en mi frente y no me juzga. O me tiendes tu mano y no me culpa, porque sabes que soy: sencillamente humana. Que estoy hecha de capas, como tú... De ríos y esperanza, de fuego contra nieve, de azul fugacidad. Y aun así, me quieres, me sonríes y no me dejas sola en mi nívia soledad.
¡Qué no vuelva el poema nunca más a salvarme!
Que me deje vivir a mi libre albedrío; crecer a mi ritmo, ser calma o ser trueno...¡aire!
Mujer o niña de viento, sin alma para el verso rugiéndole al insomnio de otra noche.
¡Qué no venga el poema nunca más a salvarme!
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1 comentario:
Impresionante poema. ¿Rebelión contra el significado, contra los ecos que produce todo lo que pronuncionamos volviéndose algo "del otro", el lenguaje que utizamos para ser nosotros y que una vez pronunciado es el otro que nos observa desde el pasado, o que nos ordena emociones que no queríamos tan simétricas, tan fijadas?
Con poemas como este, deberías dejar que volvieran, digo yo egoístamente :-)
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