Recorro las aceras hasta
el alba, madre.
Ahora me llaman “Negra
bandera".
Que ya no soy su
“Pequeña flor”. Aquí ya van dos años de carrera en la vieja patria, o
la vieja soy yo misma, con sólo veintiséis...
Y ya no quedó más
flor que aquel capullo de don Ricardo, que se me cobró hasta al
alma por hacerme dueña de una esquina donde no me veía nadie.
Pero ya me he hartao,
madre ¡y al carajo con él! ¡Qué a mí me da lo mismo ser dueña de nada, a precio
de unos oros que me desangran!
Por eso ando las
calles, hasta que el pulso me revienta subida a estos tacones de pena,
que yo le sigo comprando a mis chinitos.
Pero ya no le debo nada
a nadie, madre. Y a veces; la suerte me sonríe porque yo me muevo y
canto al son de mi Cuba, y mis nalgas se menean como aquí nadie sabe cuando
salen los lobos buscando tregua o
alguna cordera con que apaciguar su sangre.
Que del viejo oficio, yo
hago mis ganancias y a mí me pesa menos sabiendo que a usted le está
ayudando largo, mi negra.
Y hasta me quita el
hambre y el tiritar de los huesos cuando hiela aquí en las calles.
Pero ahora ya es verano,
mi negra. ¡Y qué lindo está mi niño Juan…!
¿Y dice usted que se le
caen sus dientitos? Y su madre no está para verlo…
¡Háblele de mí, por
Diosito!
¡Qué no se olvide, mi
negra! Háblele mucho y bien largo, dígale usted que sigo trabajando
duro en ese hospital nuevo y que muy pronto voy a poder
traerlos para acá a los dos.
Ay madre... Qué yo no
quiero escribirle otra maldita carta embustera, a usted mi pobre
vieja, mi negrita, que le debe estar contando
a las comadres, que su Rosa está en España de
enfermera...
¡Pero cómo contarle mi
negra, cómo decirle a una madre!
¡Qué no he podido ser ni
puta fina! Que sigo siendo la “Negra bandera”, que vivo haciendo las
calles. Que soy la diplomada enfermera, que aquí aun sin papeles entrega
las flores de su vientre al precio que pagan por la carne que no se
vende en los lugares esos donde nada a mares la champaña, que
acá mire usted como es la cosa, le llaman cava… Y dicen, que se lo derraman
entre las sedas las muy finas...
Pero yo no soy de esas,
madre. ¡Yo, no soy de esas!
Y a eso de la las 6 de la madrugada, cuando el Raval empieza a
dormir la pena de otra noche, Rosa se recoge sobre el camastro y apoyada en la
pared empieza a escribir otra carta embustera. Que la de antes,
ya está hecha un borrón de tanta lágrima.
“Madre, ¡Qué contenta estoy! Y qué bonita sigo viendo
Barcelona y qué buenos son en mi trabajo. Que hoy estaba medio
malucha con esas cosas que nos pasan a las mujeres, usted ya sabe...
¡Y me han dado fiesta, mi negra!
Luego me
he puesto mejor y me he ido a pasear y le he comprado un coche
teledirigido a mi Juanito y a usted una falda rebonita en el Corte
Inglés, que es un sitio más grande que el callejón del pito
entero…
Imagínese mi negra... ¡Que allí hay de todo!
¡Allí hay de todo!
Ya verá usted cuando
se venga…
Su niña Rosa, que tantísimo
les quiere.
1 comentario:
Bonito relato.
Un abrazo.
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