“Ahora... imagínate un desierto. Puede ser un lugar inventado o que hayas visto en una película, o incluso un desierto en el que realmente hayas estado. No importa. Es tu desierto. Piensa sólo en él; qué colores ves, qué luz percibes, qué hora del día sientes que es. Imagínate a ti mismo en ese desierto contemplándolo todo desde tu perspectiva, sumergido en él...”
El día que conocía a Amil, empezó a cambiar mi vida.
Cuando nos encontramos, ambos huíamos: él de su destino, yo sólo de mi tristeza. Las pesadillas que me despertaban, se repetían día tras día.
Poco antes de entrar en quirófano, ya bajo los efectos del sedante, Amil me contó que dos días antes del accidente había tenido la peor pesadilla de su vida. Se había visto caer al vacío, estampándose contra el suelo. Abría los ojos en su sueño y no podía mover las piernas.
_ “Nadie puede escapar de su destino, eso era lo que tenía que pasarme para darme cuenta de todo”, me dijo.
Cuando cayó realmente del andamio de la obra, abrió los ojos: no podía moverse. Fue entonces cuando supo que debía regresar, que si se salvaba y podía de nuevo caminar, ese grave percance sería el que le haría poner fin a todo y volver al camino que había abandonado.
La primera vez que yo lo vi sonreía. A pesar del inmenso dolor que debía estar sintiendo su rostro esbozó una sonrisa cuando me acerqué hasta él.
Yacía tumbado en una camilla. Sus ojos eran intensos, penetrantes y la fuerza con que sostenía la mirada mientras me observaba era tan persistente, que si no fuera porque era mi paciente y estaba malherido y tumbado me hubiese sentido intimidada. Leí su nombre en el historial y me dirigí a él:
_ ¡Hola Amil!, Soy Lucía. Seré tu enfermera mientras permanezcas aquí en urgencias.
Se mostró agradecido al oír pronunciar su nombre y rápidamente extendió la mano derecha hacia mí esperando que yo le ofreciera la mía para estrecharla. Aquel gesto me gustó, no era habitual estrechar las manos de los pacientes y sin embargo debería serlo.
El informe del traslado decía que aquel hombre tenía la pelvis y las piernas fracturadas por varios puntos. Había sufrido una caída nefasta desde el andamio de la obra en que trabajaba. Era necesario someterlo a una intervención quirúrgica. Si todo iba bien, Amil volvería a caminar, tal vez nunca como antes, pero lo que sabíamos hasta el momento es que no había sufrido lesión medular y eso ya era muy importante.
Sin embargo él sentía que no podía mover sus piernas y esa fue precisamente la primera pregunta que me hizo al empezar a hablarme.
_ ¿Volveré a caminar? Necesito volver a mi tierra, dejé allí algo demasiado importante_ dijo pronunciando claramente, con un acento que yo nunca había escuchado antes_ Preferiría morir, que no volver a caminar.
Me estremecieron sus palabras y por un momento no pude sostenerle la mirada. Levanté la sábana que lo cubría; miré sus extremidades amoratadas mientras el observaba cada uno de mis gestos, esperando ansioso una respuesta. Noté de nuevo esa fuerza en sus ojos. No parecía asustado, sólo quería saber que iba a sucederle, nadie le había hablado con claridad ni le había llamado por su nombre desde que le recogieron en la ambulancia a los pies de la obra. Le expliqué que la intervención sería larga y complicada, que probablemente luego tendría que someterse a un largo postoperatorio en el que le harían rehabilitación los fisioterapeutas. Luego sonreí y le dije:
_Si eres tan fuerte como pareces Amil, volverás a caminar. Estoy segura de eso.
No se en que momento empezó a estudiarme. Tampoco sé como Amil notó que yo me sentía atrapada en mi propio miedo a sentir y a vivir. No le conté nada, hasta pasados varios días, cuando supe que podía confiar en él. Sin embargo, él lo sabía desde el primer día. Aún hoy me dice cuando me escribe:
_ Lo vi en tus ojos Lucía. Ya sabes, eres transparente como el cristal de tu cubo.
Un día empezó a hacerme su juego: "el juego sufí del cubo". Y detrás de ese juego que Amil me estaba enseñando a comprender, estaba el secreto de mi propia vida.
Así fue como me llevó al punto de partida. Así fue como abrió la brecha, que tanto necesitaba ser abierta. Él me ayudo a encontrar mi propia fuerza. Temía que descubriese demasiado de mi misma, sin embargo me dejé llevar porque él me presento aquello como un simple juego. Y yo lo disfruté, como el niño que mientras fantasea con sus juegos inocentes se olvida del mundo que le rodea porque está creando el suyo propio.
Poco a poco fue enseñándome a entender el significado de los símbolos. Yo estaba fascinada, nunca pensé que aquel juego interpretado pudiese decir tantas cosas de la vida de una persona. Pero la cultura sufí era experta en eso. En los juegos inocentes que llevaban al auto conocimiento de la persona. Empecé a investigar y a estudiar todo lo que encontraba acerca del sufismo. Pero no encontré nada sobre el juego. Amil me dijo, te lo dije: es un secreto familiar, se transmite de padres a hijos, nadie lo escribe.
A lo largo de estos años he hecho a más de 1000 personas el juego del cubo de Amil. Empecé con mi familia, mis amigas, mis amigos, más adelante con desconocidos.
Secretamente, se convirtió en una búsqueda irracional por encontrar a ese ser "especial", ese alguien que despertará en mi las emociones enmudecidas, que fuese capaz de ilusionarme de nuevo. De arrancarme todo el miedo que tenía a enamorarme y a equivocarme una vez más.
Deseaba encontrar a ese hombre, pero la búsqueda se hacía eterna. Nadie cumplía las expectativas cuando empezaba a descubrir las respuestas en sus juegos.
Nadie excepto Ed.
Cuando cayó realmente del andamio de la obra, abrió los ojos: no podía moverse. Fue entonces cuando supo que debía regresar, que si se salvaba y podía de nuevo caminar, ese grave percance sería el que le haría poner fin a todo y volver al camino que había abandonado.
La primera vez que yo lo vi sonreía. A pesar del inmenso dolor que debía estar sintiendo su rostro esbozó una sonrisa cuando me acerqué hasta él.
Yacía tumbado en una camilla. Sus ojos eran intensos, penetrantes y la fuerza con que sostenía la mirada mientras me observaba era tan persistente, que si no fuera porque era mi paciente y estaba malherido y tumbado me hubiese sentido intimidada. Leí su nombre en el historial y me dirigí a él:
_ ¡Hola Amil!, Soy Lucía. Seré tu enfermera mientras permanezcas aquí en urgencias.
Se mostró agradecido al oír pronunciar su nombre y rápidamente extendió la mano derecha hacia mí esperando que yo le ofreciera la mía para estrecharla. Aquel gesto me gustó, no era habitual estrechar las manos de los pacientes y sin embargo debería serlo.
El informe del traslado decía que aquel hombre tenía la pelvis y las piernas fracturadas por varios puntos. Había sufrido una caída nefasta desde el andamio de la obra en que trabajaba. Era necesario someterlo a una intervención quirúrgica. Si todo iba bien, Amil volvería a caminar, tal vez nunca como antes, pero lo que sabíamos hasta el momento es que no había sufrido lesión medular y eso ya era muy importante.
Sin embargo él sentía que no podía mover sus piernas y esa fue precisamente la primera pregunta que me hizo al empezar a hablarme.
_ ¿Volveré a caminar? Necesito volver a mi tierra, dejé allí algo demasiado importante_ dijo pronunciando claramente, con un acento que yo nunca había escuchado antes_ Preferiría morir, que no volver a caminar.
Me estremecieron sus palabras y por un momento no pude sostenerle la mirada. Levanté la sábana que lo cubría; miré sus extremidades amoratadas mientras el observaba cada uno de mis gestos, esperando ansioso una respuesta. Noté de nuevo esa fuerza en sus ojos. No parecía asustado, sólo quería saber que iba a sucederle, nadie le había hablado con claridad ni le había llamado por su nombre desde que le recogieron en la ambulancia a los pies de la obra. Le expliqué que la intervención sería larga y complicada, que probablemente luego tendría que someterse a un largo postoperatorio en el que le harían rehabilitación los fisioterapeutas. Luego sonreí y le dije:
_Si eres tan fuerte como pareces Amil, volverás a caminar. Estoy segura de eso.
No se en que momento empezó a estudiarme. Tampoco sé como Amil notó que yo me sentía atrapada en mi propio miedo a sentir y a vivir. No le conté nada, hasta pasados varios días, cuando supe que podía confiar en él. Sin embargo, él lo sabía desde el primer día. Aún hoy me dice cuando me escribe:
_ Lo vi en tus ojos Lucía. Ya sabes, eres transparente como el cristal de tu cubo.
Un día empezó a hacerme su juego: "el juego sufí del cubo". Y detrás de ese juego que Amil me estaba enseñando a comprender, estaba el secreto de mi propia vida.
Así fue como me llevó al punto de partida. Así fue como abrió la brecha, que tanto necesitaba ser abierta. Él me ayudo a encontrar mi propia fuerza. Temía que descubriese demasiado de mi misma, sin embargo me dejé llevar porque él me presento aquello como un simple juego. Y yo lo disfruté, como el niño que mientras fantasea con sus juegos inocentes se olvida del mundo que le rodea porque está creando el suyo propio.
Poco a poco fue enseñándome a entender el significado de los símbolos. Yo estaba fascinada, nunca pensé que aquel juego interpretado pudiese decir tantas cosas de la vida de una persona. Pero la cultura sufí era experta en eso. En los juegos inocentes que llevaban al auto conocimiento de la persona. Empecé a investigar y a estudiar todo lo que encontraba acerca del sufismo. Pero no encontré nada sobre el juego. Amil me dijo, te lo dije: es un secreto familiar, se transmite de padres a hijos, nadie lo escribe.
A lo largo de estos años he hecho a más de 1000 personas el juego del cubo de Amil. Empecé con mi familia, mis amigas, mis amigos, más adelante con desconocidos.
Secretamente, se convirtió en una búsqueda irracional por encontrar a ese ser "especial", ese alguien que despertará en mi las emociones enmudecidas, que fuese capaz de ilusionarme de nuevo. De arrancarme todo el miedo que tenía a enamorarme y a equivocarme una vez más.
Deseaba encontrar a ese hombre, pero la búsqueda se hacía eterna. Nadie cumplía las expectativas cuando empezaba a descubrir las respuestas en sus juegos.
Nadie excepto Ed.
Me quedé tan sorprendida...
Nunca hubiese imaginado que aquel hombre, que llevaba años buscando, vivía en el otro extremo del mundo.
Cuando descubrí que era él ni siquiera había visto aún sus ojos. Él día que le hice el juego sólo hacía una semana que charlábamos por Internet. Tal vez un medio extraño para hacer el juego, lo sé.
Debía ser el destino, como tantas veces decía Amil cuando algo se le presentaba incomprensible.
Ed era diferente, muy diferente a todos los demás hombres de mi búsqueda. Rápidamente fluyó algo entre nosotros, una confianza franca y sin límites. Quizás era por la distancia que nos separaba que nos permitía contarlo todo, lo cierto es que no lo se.
No nos veíamos el rostro, pero todos los temas estaban permitidos. Por eso deseé hacerle el juego, en una semana sólo de hablar con él se había convertido en mi mejor amigo, en mi confidente.
Había despertado mi curiosidad desde el primer momento, además me había hecho mucha ilusión saber que Ed era acuario. Yo siempre había bromeado con eso, quería a mi hombre acuario, aquel que nunca aparecía en mi vida.
Una noche de marzo se lo propuse. “Tengo un juego para ti”, le dije. Sabía que le iba a gustar, que le haría gracia. Rápidamente se mostró interesado. Cuando acabó con sus respuestas, tuve que releer de nuevo lo que veía escrito en mi pantalla.
Me sentí temblar de pies a cabeza. No supe que responder a Ed, cuando él me dijo al acabar su juego: “he sentido algo ¿sabes?”.
Yo también había sentido algo. Algo demasiado importante para contárselo en ese momento.
Era él, la persona que yo había estado esperando encontrar durante tanto tiempo con mi ilusionario juego del cubo era él. Y vivía en América a 7000 km de mí.
Esa misma noche antes de irme a dormir escribí una carta a mi amigo Amil, que ya llevaba tres años en Irán, en la que le decía: “Lo he encontrado querido amigo, se que es él. Lo peor de todo es que va a quedar en un sueño, ese hombre vive en Nueva York”.
Doce días más tarde llegó la respuesta de Amil. Su mensaje era muy breve:
Nunca hubiese imaginado que aquel hombre, que llevaba años buscando, vivía en el otro extremo del mundo.
Cuando descubrí que era él ni siquiera había visto aún sus ojos. Él día que le hice el juego sólo hacía una semana que charlábamos por Internet. Tal vez un medio extraño para hacer el juego, lo sé.
Debía ser el destino, como tantas veces decía Amil cuando algo se le presentaba incomprensible.
Ed era diferente, muy diferente a todos los demás hombres de mi búsqueda. Rápidamente fluyó algo entre nosotros, una confianza franca y sin límites. Quizás era por la distancia que nos separaba que nos permitía contarlo todo, lo cierto es que no lo se.
No nos veíamos el rostro, pero todos los temas estaban permitidos. Por eso deseé hacerle el juego, en una semana sólo de hablar con él se había convertido en mi mejor amigo, en mi confidente.
Había despertado mi curiosidad desde el primer momento, además me había hecho mucha ilusión saber que Ed era acuario. Yo siempre había bromeado con eso, quería a mi hombre acuario, aquel que nunca aparecía en mi vida.
Una noche de marzo se lo propuse. “Tengo un juego para ti”, le dije. Sabía que le iba a gustar, que le haría gracia. Rápidamente se mostró interesado. Cuando acabó con sus respuestas, tuve que releer de nuevo lo que veía escrito en mi pantalla.
Me sentí temblar de pies a cabeza. No supe que responder a Ed, cuando él me dijo al acabar su juego: “he sentido algo ¿sabes?”.
Yo también había sentido algo. Algo demasiado importante para contárselo en ese momento.
Era él, la persona que yo había estado esperando encontrar durante tanto tiempo con mi ilusionario juego del cubo era él. Y vivía en América a 7000 km de mí.
Esa misma noche antes de irme a dormir escribí una carta a mi amigo Amil, que ya llevaba tres años en Irán, en la que le decía: “Lo he encontrado querido amigo, se que es él. Lo peor de todo es que va a quedar en un sueño, ese hombre vive en Nueva York”.
Doce días más tarde llegó la respuesta de Amil. Su mensaje era muy breve:
_“El mundo, querida Lucía es pequeño para lo grande que es el amor. Tu fuerza sólo estará en la ilusión que le pongas”.
Una vez más Amil tenía razón, pero eso es una larga historia que no quisiera narrar con calma.
Él ya no está a mi lado, pero ahora después de lo vivido, me atrevo a pensar, que aún quedan en estos tiempos tantos otros buscadores de sueños como yo, que tal vez puedan emprender su búsqueda partiendo de lo mismo que yo tuve entre mis manos el día que Amil me regaló el conocimiento de ese sabio juego.
La búsqueda está en cada uno.
He pasado tiempo sintiendo que el mundo se ha convirtiendo día tras día en un lugar frío y extraño, que la gente no se atreve o no le interesa descubrir nada mas allá de lo que le muestran ante sus propias narices.
Se vive con ansia, sin saber porque, nada nos satisface; la pareja te desilusiona, el trabajo no te realiza, el estrés y la angustia se acumulan día tras día y pones una coraza al mundo del corazón.
Y a menudo nos sentimos solos, confusos, carentes de ilusión llenando la ausencia que nos falta, con sucedáneos que son tan sólo eso: sucedáneos.
Entonces es cuando se hace necesario abrir la brecha, entrar en el lugar donde ya no piensas, esa parte de ti que no controlas pero que sin embargo sigue siendo tan tuya. Pasar más allá de las barreras de la mente, sentir que vale la pena lo que vas a descubrir detrás.
El juego es solo una herramienta, para abrir ese brecha.
Amil fue el mensajero que lo trajo hasta nosotros, hasta este mundo loco y “civilizado” en que nada tenemos que ver con el sufismo.
Una vez más Amil tenía razón, pero eso es una larga historia que no quisiera narrar con calma.
Él ya no está a mi lado, pero ahora después de lo vivido, me atrevo a pensar, que aún quedan en estos tiempos tantos otros buscadores de sueños como yo, que tal vez puedan emprender su búsqueda partiendo de lo mismo que yo tuve entre mis manos el día que Amil me regaló el conocimiento de ese sabio juego.
La búsqueda está en cada uno.
He pasado tiempo sintiendo que el mundo se ha convirtiendo día tras día en un lugar frío y extraño, que la gente no se atreve o no le interesa descubrir nada mas allá de lo que le muestran ante sus propias narices.
Se vive con ansia, sin saber porque, nada nos satisface; la pareja te desilusiona, el trabajo no te realiza, el estrés y la angustia se acumulan día tras día y pones una coraza al mundo del corazón.
Y a menudo nos sentimos solos, confusos, carentes de ilusión llenando la ausencia que nos falta, con sucedáneos que son tan sólo eso: sucedáneos.
Entonces es cuando se hace necesario abrir la brecha, entrar en el lugar donde ya no piensas, esa parte de ti que no controlas pero que sin embargo sigue siendo tan tuya. Pasar más allá de las barreras de la mente, sentir que vale la pena lo que vas a descubrir detrás.
El juego es solo una herramienta, para abrir ese brecha.
Amil fue el mensajero que lo trajo hasta nosotros, hasta este mundo loco y “civilizado” en que nada tenemos que ver con el sufismo.
Introducción de Lucía, por Lucíabluesindreams
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