Te recuerdo sentado frente a mí,
en aquella mesa para dos sin velas.
Ibas vestido de azul;
tenías la sonrisa abierta como las manos.
Recuerdo tus ojos rotundos,
que me miraban insinuando
el descaro de tu guasa…
Y yo jugaba, con tu permiso,
a aquel juego indiscreto
de descubrirte con las palabras y símbolos
que tú aún desconocías.
Puedo imaginar también tus manos
desdibujando miles de dunas en mi desierto dorado,
tu acento americano embaucando mis oídos una vez más.
Y el compás de una musiquilla
que me lleva hasta tu piel como el viento,
que trae hasta mí tu olor,
como algo salvaje y entrañable...
Aquella noche lo respiré contigo
y te atrapé entre mis dedos para robarte todos los besos.
Hasta que te dormiste, sin preguntarme nada.
Ni por mis risas, ni por mi dicha,
ni por el juego.
Ahora contemplo la luna,
que altiva y hermosa en sus llanuras celestiales,
sabe como te labro con el cincel de los recuerdos.
Sabe que fui tu Aurora,
y que viví en la paz de tu lomo
hasta aprender que cuando el amor es del alma es para una eternidad
y que una eternidad se me hace,
estar ahora sin tus besos.
Sabe, que sólo careceré de amor cuando de mí te hayas olvidado,
que lo que venga después no será ni para ti, ni para mí,
ni para nadie nuevo,
que tenga el temple de robar lo que antes era nuestro.
Y esa luna maga y amiga
se quedará para siempre en el espacio de un cielo grande,
infinito.
Como el día que te fuiste y te perdí por un tiempo
que no supimos definir ninguno de los dos.
Se me escapó también tu risa aquel día,
pero nunca tu olor porque ya estaba en mí,
cuando enredabas con tus dedos cada pliegue de mi falda
y dibujabas con tus manos cada curva de mi ser mujer.
Han pasado ya tantas lunas sin verte, sin oírte, sin tocarte.
Que me duermo y te sueño...
Hasta que vuelvo a hallarte en mí como una suave presencia,
que me abriga por debajo de la piel
y hace que me sienta en cueros,
pero sin ningún frío.
Y viajo a tiempos pasados,
en los que sé que ya nos conocíamos...
Que ya nos encontrábamos,
que también contábamos las lunas y los días que faltasen para vernos.
Cuando había que vivir o morir por un sueño de amor,
cuando el pacto era cerrar los ojos y entregarse,
y despertábamos con nuestros anhelos
al Dios que flotaba en el techo de la alcoba,
mirándonos sorprendido
de ver como inventábamos nuevos pecados horizontales.
Y yo te esperaba siempre, siempre.
Cada vez que volabas,
deseando ser la única orilla de tu amarre,
clamando por ser tu grito en la oscuridad,
soñando que regresabas a mi lado
para poder adueñarme así
de mis ganas de tenerte por muchas, muchas lunas.
Mientras por dentro del murmullo de aquel sueño,
mi niña solitaria te abrigaba y tú también te cobijabas,
reflejándote en mi espejo....
El de detrás de los ojos
y hacías morir a fuego lento con tus labios
cada uno de mis latidos.
Lucíabluesindreams
poema de: "Los amantes del cubo"
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