jueves, 3 de junio de 2010

La Zíngara y el Ilusionista



La última tarde de febrero se diluía entre el murmullo de las gentes.
Era sábado y el paseo de las Ramblas, estaba aquel día muy concurrido. Se podían encontrar a derecha e izquierda de la calle una infinidad de estatuas humanas; sorprendentes personajes a cual más original y llamativo, que se encargaban de despertar la curiosidad de la gente que paseaba relajadamente ramblas abajo.
A la altura de Canaletas, había un hada pintada de verde que sobre su pedestal danzaba moviendo un manto lleno de pequeñas flores.
Unos metros más abajo, un Napoleón muy logrado guiñaba el ojo a quien lo mirara y con su mano en el pecho, cambiaba de postura cada vez que escuchaba el tintineo de una moneda cayendo bajo sus pies.
A pocos metros más de distancia, casi ya frente al Liceo, un griego que parecía hecho de alabastro fruncía de repente el ceño ante los ojos risueños de los niños. Alguno de ellos, hasta se atrevía a acercarse para tocarlo y comprobar si era o no una persona de verdad.
Y así, a lo largo de la rambla iban cobrando vida un sinfín de personajes más.
Aquello era arte; un arte espontáneo y colorido que se mostraba libremente en cada esquina y rincón del paseo más pintoresco de la ciudad de Barcelona.
Al llegar a la altura de las Atarazanas, justo unos metros antes del puerto, un nuevo corrillo de gentes empezaba a formarse en torno a otra nueva pareja de artistas.
Él se había sentado con las piernas cruzadas sobre una gran caja rectangular, esperando a que el círculo de gentes se completase en torno a ellos.
Situada de pie, unos pasos por delante de él, la silueta de una preciosa mujer empezaba a captar con sus movimientos toda la atención de los que se acercaban.
Era zíngara. Tenía la tez morena, los ojos grandes y rasgados y un cabello muy negro y ensortijado que sostenía alzándolo entre sus manos mientras movía de un lado a otro las caderas y sobre su falda una ristra de monedas plateadas tintineaba al ritmo de la música.
Sonreía abiertamente, invitando a acercarse más y más a aquel pequeño grupo espontáneo que se detenía por momentos frente a ellos.
Una nueva melodía húngara empezó a sonar mientras ella danzaba descalza sobre el asfalto. Él, detrás, vestido con un traje de pantalón y chaleco negro repleto de dibujos oro y grana, aplaudía cada uno de sus pasos animando más aún al público.
Ya apenas quedaba espacio para una sola cabeza más. Fue justo entonces, cuando él se levantó y sosteniendo la mano de su compañera en alto hizo junto a ella una reverencia presentándose a la gente.

_ ¡Damas y caballeros… van ustedes a contemplar ahora el espectáculo más insólito que jamás hayan podido imaginar!_ dijo alzando la voz.
Su tono de voz era grave, su acento parecía ruso. Empezó a contar a todos la historia de cómo había encontrado a Erika años atrás en un crucero por el Danubio, aquel lugar del mundo en que desde entonces, habían unido sus destinos.
Les habló también de su largo deambular por circos y teatros; recorriendo cada rincón de la vieja Europa, hasta que un día no muy lejano habían decidido al fin ser libres, alejarse del frío y perpetuo invierno de las ciudades europeas y viajar solamente por España mostrando su arte en las calles a cambio de las monedas que su público pudiese ofrecerles…


_ ¡Señoras y señores!_ decía él muy convincente_ Este espectáculo que van a contemplar a continuación les costaría al menos 20 o 30 euros en cualquier teatro de la ciudad. ¡Hoy van a poder disfrutarlo sólo por unas monedas!
Y ceremoniosamente, se acercó hasta el gran rectángulo que había en el suelo.
La sábana de satén azul que lo cubría voló por los aires a golpe de varita mágica, dejando al descubierto una preciosa caja dorada labrada con incrustaciones de soles y estrellas.
Entre los dos la abrieron y sacaron de su interior otra caja más pequeña que estaba decorada con los mismos motivos. Empezaron a mostrar a todos las cosas que había en su interior.
Lo primero que sacaron de ella, fue una alfombra persa que desplegaron frente a la caja más grande, extendiéndola sobre el suelo. Después vaciaron sobre ella todo el contenido de la caja pequeña: un par de sogas gruesas y largas, un montón de pañuelos de seda, unas esposas y un arnés…
Varios espectadores ya iban imaginando lo que iba a suceder mientras ella se disponía a empezar con su trabajo.
Primero, cogió las esposas y llevando los brazos del joven ilusionista detrás de su espalda, las situó sobre sus muñecas, cerrándolas. Caminó de puntillas hasta el público y entregó sonriendo la llave a un niño lleno de pecas, que sostenía la mano de sus padres.
Después regresó junto a él, cogió el arnés y se lo pasó entre ambas piernas hasta situarlo a la altura de su cintura. Luego, cogió del suelo una soga gruesa y larga, se arrodilló y ató fuertemente las piernas de su compañero; anudándola primero sobre los tobillos, luego sobre las rodillas y finalmente a la altura de las caderas. Con la otra soga que le quedaba, hizo un gran nudo corredizo que le deslizó alrededor del cuello, se la bajó por delante del pecho, pasándola después por el interior de cada brazo y le dio un par de vueltas sobre el tronco hasta que unió el extremo con la otra soga que venía de haberle amarrado antes las piernas. Finalmente, enlazó ambos extremos en un gran nudo doble que cerró anclándolo con una vaga metálica al arnés.
Erika se acercó de nuevo hasta el público e invitó a un hombre de mediana edad, que llevaba un sombrero gris, a que la acompañara para comprobar ante los ojos de todos la verdadera solidez de aquellos nudos y que el interior de la caja más grande estaba completamente vacío y sin fisuras.
El joven escapista se encontraba perfectamente amarrado frente a su público: sus manos esposadas detrás de la espalda, las sogas rodeándole todo el cuerpo, el arnés amarrado a su cintura…
El hombre del sombrero ayudó a Erika a situarlo en el interior de la caja más grande. Sólo había un pequeño círculo por debajo de la cerradura para dejar paso hacia el exterior a la soga que sostenía el arnés que él llevaba anclado a la cintura.
Cerraron la caja con un gran candado. Ella unió el extremo de la cuerda con un gancho a un grueso brazalete plateado que llevaba en el tobillo derecho y se dispuso a anudar pequeños pañuelos de colores a la cuerda, empezando en el extremo que nacía del brazalete de su pierna y llegando hasta el final visible de la soga que luego se perdía tras el orificio de la caja.
Se giró para inclinarse ante todos haciendo de nuevo una reverencia.
_ ¡Damas y caballeros!_ les dijo sosteniendo entre las manos los extremos de su falda_ Mientras el gran Kabir se deshace de sus nudos, yo voy a ofrecerles una danza de mi tierra. ¡No se distraigan demasiado y no pierdan ni un momento de vista la caja!
Y empezó a bailar sonriendo, alzando la pierna y creando un movimiento ondulante en los pañuelos de colores que había anudado sobre la soga.
Giraba sobre si misma; movía de lado a lado las caderas, ondulaba su cintura dibujando ochos en el aire, mientras aquellas monedas tintineaban y sus brazos se agitaban serpenteando al ritmo de la música. Era una danza preciosa, delicada y llena de armonía.
Los ojos negros de Erika brillaban destellando las últimas luces de la tarde. Su inmensa sonrisa, repartía entre aquellas gentes un manto de ilusión más grande que toda su tierra de Hungría.
Era curioso observar las caras de los espectadores; casi todos movían rápidamente la vista paseándola entre la caja y la joven zíngara, pero otros habían olvidado la caja por completo y no podían dejar de contemplarla a ella.
En el interior de la caja, el gran Kabir ya estaba agitándose por dentro…Su pulso se había acelerado. El ritmo de la música le ayudaba a controlar el tiempo que le quedaba.
Podía imaginar perfectamente los pasos que ella estaba dando sobre la alfombra. Los había visto tantas veces…
No había dejado de hacerlo, desde aquel día en que la había conocido, justo en aquel momento de su vida en que todo empezaba por fin a asentarse y cobrar un nuevo sentido.

Él que había escapado de todo hasta entonces…
De las inmensas palizas que su padre le propinaba cada vez que llegaba a casa cargado hasta las cejas de vodca…

De los nudos con que le amarraba a la silla de su habitación durante horas, aquellos días en que se sentía tan miserable y desgraciado, que lo castigaba sólo por que no podía soportar que el muchacho le recordara en cada gesto a su madre…

Llegó el día en que aquel cretino, dejó de encontrárselo llorando cuando llegaba completamente ebrio a casa.

Él pequeño, había aprendido al fin a huir…

Y de cada una de las miserias en que se había desarrollado su dura y triste infancia, había escapado antes de que llegara a hacérsele demasiado insoportable…

Hasta que se convirtió en un hombre y siguió escapando de todo cuanto intuía que podía llegar a someter de alguna manera su espíritu…

Y esquivó de nuevo, la rigidez de un trabajo convencional y rutinario al emigrar hasta Yugoslavia.

Y huyó de aquel país, años después, ante la incertidumbre de que de seguir allí tendría que ir a luchar a la guerra de Bosnia…

Pero ya en Hungría, no pudo escapar de ella cuando la vio por primera vez bailando a orillas del Danubio.

Ahora sólo pensaba que tal vez algún día, podría darle todo cuanto se merecía…

Y una casita frente a la playa donde realizar sus sueños…

Quimeras, quimeras, quimeras.


El tiempo transcurría demasiado deprisa, no era aquel el mejor momento para ponerse a soñar.
Y tuvo que volar veloz de aquellos pensamientos, para concentrarse en el único escape que verdaderamente tenía que hacer en aquel momento.
El último nudo que había unido ambas sogas al arnés de su cintura se deshizo al fin entre sus dedos. Estaba completamente libre en el interior de la caja.
Fuera, el ritmo creciente de la música y los movimientos de la bailarina indicaban que el espectáculo estaba llegando a su fin.
Y así fue, porque Erika dio un último paso en el que giró nuevamente sobre si misma y se paró de golpe deteniéndose en un hermoso gesto mientras extendía los brazos hacia el cielo.
El público empezó a aplaudir.
Ella, risueña, se dirigió hacia ellos cogiendo de la mano al mismo caballero del sombrero gris, que antes la había ayudado y lo llevó de nuevo frente a la caja. Entre ambos la abrieron: en su interior no quedaba ni rastro del Gran Kabir.
Misteriosamente y en el interior de aquella caja dorada, el joven escapista se había desvanecido del mundo, ante la sorpresa del gentío que se aglomeraba en aquel rincón de las Ramblas de Barcelona.
Allí solamente estaban las sogas, el arnés y las esposas aún cerradas, que sacaron mostrando a todos.
La gente no daba crédito a lo que estaba viendo. Aplaudían exaltados mientras algunos de ellos gritaban bravos con energía.

Unos instantes después, el Gran Kabir aparecía por detrás de todos ellos. Lucía una gran sonrisa y caminaba hacia el centro del círculo haciéndose paso entre la gente, mientras sostenía sobre su cabeza una gran daga dorada que nadie había visto antes.




Todos, sin dudarlo un momento, empezaron a acercarse a depositar sus monedas en una pequeña cajita que Erika había colocado sobre la alfombra.
Se iban acumulando una tras otra, hasta que la caja volvía a llenarse una vez más al final de espectáculo y sin tener que entregar comisión alguna al dueño de un circo o de un teatro.
El día había sido largo; habían realizado más de diez números sólo durante la tarde y aquella noche, cuando ella completamente agotada se quedó dormida sobre el camastro que tenían alquilado en una pensión del barrio gótico, él la abrazó por detrás uniéndose a su cuerpo. Inspiró con fuerzas y reposó las manos en el incipiente vientre que crecía día tras día, mientras su hermosa madre danzaba sobre una alfombra persa amarrada a la soga que la unía a él.

… Al gran mago que una y mil veces, en el interior de una caja dorada, deshacía cada uno de sus nudos y de sus miedos más antiguos y oscuros.
Y así debía de ser. Porque sabía perfectamente que en unos meses, el pequeño ser que crecía en el cuerpo de Erika haría cambiar para siempre el escenario de su vida.

Mayde Molina

relato para la revista "El Descensor" imagen de Josep Tomàs "Thundershead" en flickr:

4 comentarios:

Jose Zúñiga dijo...

Un gran relato, Mayde, tres relatos en uno perfectamente ensamblados, diría yo. Creas la atmófera, consigues el ritmo y rematas con elegancia.
Bs

Laura Caro Pardo dijo...

Me gusta cómo de detienes en el detalle y cómo mezclas el hoy con el ayer, relacionándolo. Es un relato estupendo, Mayde, de premio.
Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Excelso!!!! Muy buena tu pluma y bien narrado este cuento. Te felicito.

Un placer leerte.

Teresa Fábulas dijo...

Encantador... he paseado por las Ramblas, me he sentido público, buscaba al Gran Kabir detrás del ordenador, estaba impregnada de esta atmósfera mágica que has creado... y cuando nazca este pequeño milagro compartiré la felicidad con la zíngara y el ilusionista...
Besos pequeña maga :)*