miércoles, 7 de julio de 2010

Amor Incondicional

 

Cuando el menor de mis hijos era así de pequeño, descubrí sorprendida que cualquier cosa que tuviese una forma redonda y suave, como de pecho; era un mundo entero al que aferrarse succionando con todas las fuerzas de sus diminutos labios...
Y en ese lugar, tras apenas unos instantes de esfuerzo, si no lograba extraer el jugo blanco y delicioso que era por entonces su único alimento, lloraba y lloraba  incansablemente apretando sus pequeños puños contra el pecho.
En aquella época fue cuando empecé a reflexionar sobre la inmensa capacidad de supervivencia que tiene el ser humano, sobre el instinto natural que nos aferra desde que nacemos a la vida, sobre los lazos infinitos que unen para siempre a los hijos con sus madres y sobre el amor más incondicional e inmenso que existe en la faz de la tierra: el de una madre.
Y así, en el preciso instante en que nacieron mis hijos; cuando los pusieron desnudos y aún llorando sobre mi pecho desnudo, sentí como toda la ternura de este mundo me nacía desde muy adentro, tan sólo con la caricia indescriptible que me estaba transmitiendo aquel maravilloso contacto del calor de sus cuerpos sobre el mío.
Hemos recorrido mucho camino desde entonces…





Y hoy sé, que ellos son los maestros de mi amor y yo el cáliz que rebosando de ese amor que me da continuamente la fuerza y el latir de sus vidas, va trazando un sendero  por el que seguimos día a día caminando juntos. 










Y he aprendido en este tiempo, que ellos son la verdadera poesía de mi vida…


















Que es poesía  contemplar el sueño cuando los duerme cada noche.  Sentirse dichosa sólo por mirarte en sus ojos cada mañana, cuando despiertas. Es poesía, saberse mar inmenso recibiendo los caudales de los ríos de sus risas. Y manantial de caricias sosegando sus lágrimas. Es ser montaña de paz dentro del pecho, aferrándose a sus pequeños brazos cuando con todas las fuerzas de su mundo niño te abrazan ellos. Y también es poesía sentirte como una flor viva abriendo cada uno de tus pétalos con cada beso que te estampan en las mejillas.




















Y renacer en los versos de sus dulces voces hablándote y en sus sonrisas francas, y en su amor creciéndote dentro del pecho.


Y por cada una de esas cosas te haces razón de ser y de existir, camino andante y horizonte, labor única y verdadera que ejercer en este mundo. 


Labor Única y Verdadera.

Por encima de todo, de cualquier cosa. 
Hasta de tu propia vida.
Y todos y cada uno de esos matices no los veo yo simplemente como amor de madre, sino como amor del grande, del gigantesco, del infinito: amor del universo, amor incondicional que se expande hacia los cielos porque a veces no te cabe ni dentro del pecho.  
Y te rebosa por los ojos y por las manos, 
por el alma y por el corazón.
Y te hace verbo de amor, danza, juego, vida, luz, poema.
Y así sea por siempre, así sea hasta que un día como decía Gibrán Jalil Gibrán en el profeta:
Tú te quedes siendo solamente el gran arquero, el arco contemplándolos como flechas vivientes lanzadas a la vida en libertad.
Mis hijos tienen ahora 12 y 15 años
 y ya tiemblo 
pensando que un día llegará ese momento.
Enlace a texto de G. Jalil Gibrán:
http://www.loderosaymiguel.com/page3/page45/page45.htm 


Esos 






Locos Bajitos…










Joan Manel Serrat

5 comentarios:

Paloma Corrales dijo...

Hoy eres tú la que sorprende con la ternura, ay.

Entrañable y único este amor incondicional, inevitable ha sido sentirlo y reconocerlo

Besos.

Anónimo dijo...

siempre la mujer, hace y siente el amor, de la forma que nosotros los hombre jamás sabremos.
besos

Tatiana Aguilera dijo...

Y crecen tan rápido, que no alcanzamos a darnos cuenta, y son ellos que nos miran desde arriba...
Un beso.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Y estoy seguro que como dice Gibran, "...la forma en que dobleís el arco en vuestras manos sea para alegría", en tu caso, es plenamente así.

Pero a no preocuparse, a disfrutar el presente que a los pichones aún les falta mucho para volar y al nido siempre, siempre, se vuelve.

Un abrazo.

Laura Caro Pardo dijo...

Lo mejor que he hecho en mi vida es tener a mis hijos. La maternidad te abre el corazón y los sentidos y ellos crecen y tú creces con ellos. También es bonito verlos volar y hacerse independientes, pero hasta que eso llega el proceso es durillo,
la adolescencia es crisis de todos. Con amor y paciencia, las cosas van ajustándose poco a poco y el lazo de las madres y los hijos se fortalece.
Acabas de dejarnos tu faceta de madraza y me ha encantado conocerla.
Un abrazo, Mayde.