Días atrás estuve tan, tan triste, que no tuve más remedio que volver a recitar a Lorca. Otra vez la voz de Lorca quebrándose en mi voz, otra vez la voz de Federico muriéndose entre los huecos de mis huesos de aire... Y ya te había contado que eso yo lo hacía desde muy niña, que cuando estaba verdaderamente triste por alguna cosa, necesitaba ponerme más triste todavía para llegar a una especie de estado de “súmmun de mi tristeza” y entonces desde ese súmmum, ir dejando que poco a poco fluyese entre verso y verso y gota a gota de lágrima, que se fuese evaporando sobre el suelo, de no poder ya contenerse más dentro de mí, para que así despacito, se me fuese transformando de nuevo en alegría.
Figúrate que poder tan inmenso ejerce Lorca sobre mis tristezas y mis alegrías y sobre la salvación de cada uno de mis estados de ánimo...
Pero ahora ya vuelvo a estar casi feliz. He recitado también a muchos otros, he estado también escribiendo muchísimo, cosas de aquellas para iluminar y encender el cielo del amor.
Me lo han recordado de nuevo aquí arriba, que tanto tú como yo, habíamos sido elegidos para eso, para hablar y escribir acerca del amor, que curioso, tal vez más para escribirlo que para vivirlo demasiado intenso entre nosotros, para no tener con ello que correr el riesgo de olvidarnos de que nuestra misión era escribirlo. Para alzarlo hasta las cumbres con los versos, para que el hombre al mirarlo con sus ojos supiese ver su inmensidad por encima de cualquier cosa en este mundo.
Qué bonito, en estos tiempos que corren, sentirse responsable de esa misión, ¿verdad Arube?
Sentí durante mucho tiempo que yo no podría, pero ahora vuelvo a ser libre y he vuelto a nacerme a la esperanza y a la fe en mí misma.
El viento, como siempre, ha venido a rescatarme de mi frío y de mis sombras y cada día, ahora, me está arrullando nuevos cantos y melodías de amor, que son como voces de pájaros, que ya no escuchan los hombres, allá en la tierra, pero que van a volver a escuchar cuando seamos capaces nosotros de escribirlos.
Vemos juntos de la mano, el viento y yo, al astro rey: el Sol, quebrándose cada tarde tras nuestro ocaso. Llora de rayos perdidos y de soledad dispersa al ver que se le van yendo las almas de los hombres, al ver que se van partiendo a jirones de sus rayos, que se les van escapando del pecho inevitablemente y que ya no les viven dentro, como cuando él quiso dejarlos allí prendidos, premiándoles por haber tratado de acercarse tanto a él como el mismísimo valiente y mítico Ícaro.
Me cuenta el viento, que el Sol le dijo un atardecer, que a ti te había puesto más rayos que a ningún hombre dentro del pecho, porque tus sueños volaban muchísimo más cercanos a él y las verdades que querías alcanzar eran tan infinitas, como aquellas verdades universales y francas que otros ya encontraban demasiado usadas y gastadas y dejaron de buscar por ello.
Pero a ti, el Sol, te puso muchos rayos dentro, porque eras como un niño nuevo, un niño esperanza, buscando la nueva verdad que en realidad era una verdad muy antigua y olvidada.
La única verdad sostenible en el planeta y en el universo entero, la única que todavía podía mudarle completamente la piel y el espíritu a los hombres. La verdad del amor y del amar, la fe en el amor y en el amar y en la existencia en este mundo siendo solamente el brillo y el cuerpo y la horma de su luz.
Y estar en el amor de Dios y el Universo hacia el hombre y en el amor universal del hombre hacia la mujer y viceversa una y mil veces como un círculo infinito y perfecto.
Y ahora que lo recuerdo, creo que fue cuando me dijiste “aquello”, cuando yo empecé a desvanecerme ya un poquito de tus brazos, aquel día que tú me pediste: “No quiero que me ames intensamente, sólo ámame como ahora. Porque es mejor que seamos amigos, ya que eso siempre, nos va a durar más que el amor.”
No acabé de comprenderlo en aquel momento, porque a mí los amigos me duran muchísimo y el amor no siempre me dura tanto, es cierto, pero si te digo la verdad, creo que nunca es del todo por mi culpa, porque yo sigo amando niño y los niños aunque sean egoístas, pocas veces se equivocan en su amar. Porque les nace como algo no aprendido pero instintivo, como un sentimiento necesario para sobrevivir por el mundo y que nace del alma y que se crece dentro de ella y con ella, con el calor del amor humano y con los besos.
Y sin embargo, a mí, que amo tan niño, me han amado tantas veces a golpe de amor quebranto o como a un sueño imposible, o con amor amarrado y sombrío lleno de cuerdas invisibles, pero cuerdas al fin y al cabo. Y sí que es verdad, que he tenido hombres que me han "querido" mucho, tanto que no he podido respirar, yo que soy hija del viento y tener que estar sin respiro, figúrate…
Por todo eso, no sé ni cómo es que a estas alturas aún me quedan ganas de volver a atreverme a amar. Porque, como mujer de aire que soy, llevo muchas lunas dentro, y muchos rayos blancos de su luz, robados al mismo Sol, a ese Sol que a ti te puso el calor del amor más puro justo en el centro del corazón, como un lucero oculto para los ciegos.
Me dice el viento, mi padre y mi compañero, que me ha pasado esto contigo, porque te he encontrado demasiado tarde, porque te he buscado y te he hallado ya muy tarde, que debiera haberlo hecho mucho antes y si no, pues haberme esperado un tiempo, hasta que hubieses sido tú el que me buscase a mí, cuando ya hubieses estado completamente curado de ti mismo. Y de haber ido dispersando los rayos de tu Sol, tan sólo a medio-amor en cada uno de esos corazones que se acercaban a ti, porque habían leído el brillo de tus versos y te habían adorado desde entonces, halagándote y haciéndote sentir otra vez hombre del Sol.
Por eso ya no pudiste dármelos a mi, ni los versos, ni los rayos más ocultos de tu Sol, por eso me dejaste aquella noche sola, para que yo no te amase más de la cuenta, por eso me pediste que te amase solamente un poco, solamente a medio-amor, consciente de que tú no ibas a poder darme de beber solecitos, porque los que te quedaban, los necesitabas para vivir, para vivirte tú mismo, hasta nacerte todo nuevo. Hasta volver a ser de nuevo, el hombre aquel, Sol inmenso, como cuando amaste y te amaron por primera vez en el mundo.
Pero eso volverá a sucederte, Arube, y a lo mejor yo ya no estaré para verlo, porque el destino me habrá volcado y volado hacia otros Soles, hacia otro amar a Sol vivo en esta vida y en este ahora universal. Pero cuando eso suceda y el viento me haga eco con su voz, de que ese hecho ha vuelto a irrumpir plenamente en tu vida, estaré inmensamente dichosa por ti, porque habrás vuelto al fin a recuperar toda la luz de tu grandeza y porque finalmente volverás a querer compartirla con una mujer del aire y de la luna.
Tengo la Luna, esa luna que tenemos todas las mujeres con alma de poeta y todas las mujeres amantes, esa luna que nos hace posible fundirnos a media noche, con el Sol de cada hombre que nos ama, dormida de añoranza y de otoños. Pero en noches como esta, en que todo parece una vez más un cuento hermoso por el que vivir despiertos, me dice que te cuente también a ti todo lo que estoy sintiendo, Arube, porque ahora que ya no hemos llegado a tiempo, ni estamos a tiempo para amarnos, sí podemos ser verdaderos amigos, como tú me decías aquel día y eso sí que es bien cierto, que puede durarnos mucho, mucho más, que el amar sin Sol.
Y es que hoy me he despertado como nueva, y lo he escrito todo de un tirón, porque sé que ya no he vuelto a llorar más por ti mientras dormía, sino que me he despertado viviendo de vida en esta nube mágica del cielo, mientras llegaba a mis oídos el canto de los pájaros y a mis ojos la insólita belleza del amanecer al despertarse el Sol.
Y el amor por el amor que siento, se hace un sueño más real al escribirlo y escribirte y un día sin duda, sé que voy, que vamos a encontrarlo, lo mismo que tú, que yo, para ser Lunas y Soles al mismo tiempo, para volver a ser niños despertando, caminando a tientas hacia ese nuevo cielo del amor, entre un canto de pájaros y una luz de estrellas azules, Arube…
“mujer de aire”
5 comentarios:
Hola, Mayde! He pasado un ratito muy ameno por tus letras y tus vídeos. Tus palabras no se las lleva el aire, el viento.
Un besazo.
¡Gracias, Jorge!
Eres un cielo, besos y cariños para ti.
Nacer un nombre para alguien es un regalo precioso y recibir tu amor como lo entregas un tesoro de valor incalculable.
Un abrazo, trilliza.
Has inventado un nombre para donarte entera, como siempre, con tu aire y tu tormenta calma, serena...hecha de amor.
Me ha encantado Mayde.
Besos.
Leo
Bonito perderme en tus letras meniña.
Un biquiño.
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