lunes, 13 de septiembre de 2010

Cómo no querer volver, en un vuelo de otoño al Sur...2ª parte










Volvíamos cada vez, porque mi madre no podía estar sin ir allí, necesitaba cada año revivirse en los recuerdos, pegarse como con pegamento muchas horas a los brazos de mi abuela, sentir el aroma fragante de las tardes, en que se iban abriendo las flores por los patios, y algunas de ellas acababan prendidas al pelo de cada mujer morena, como mi madre también hacía en su melena.

Por eso cada verano estuvimos, mientras yo fui niña, regresando al Sur. A ver a mi abuela y a mis tías y a sentirnos las dos libres.
Mi madre libre, recorriendo las tardes de su juventud, con la única súplica en los labios para mi abuela de: “madre, no me malcríes a la niña”, cuando ella se iba algunas horas, al caer la tarde, a rememorar sus días felices entre el café y las risas junto a sus amigas de añoranzas, tanto las que nunca habían dejado el pueblo, como las que también regresaban a él sólo en verano, igual que hacíamos nosotros.

Ella libre en su cuna de origen y yo libre en el retorno a esa sangre del sur que me llamaba desde muy adentro, haciendo de cada verano una delicia de mi vida, llenándome la libreta de cosas buenas que yo aprendía y hacía  junto a mi abuela.
Escuchando desde mi ventana las guitarras, rompiendo el silencio de la noche, los cantos al cantar de los cantares, al cantar de los quereres y al cantar del alma entera.
Y yo me asomaba a ver los bailes y  las gentes y miraba las casitas blancas brillando en la noche como lunas pequeñas llenas de vida, y me bebía la luna con los ojos bien abiertos, detrás de la celosía de mi cuarto, que olía a damas de noche,  cuando éstas ya se habían quedado completamente abiertas bajo las estrellas.

Tal vez, lo que me pasa ahora, es que me falta el Sur regresándome a la sangre, y que ya estoy necesitando mucho volver a volar para allá, y descubrir en qué camino de en medio del sur a otro lugar, se me perdió la magia y el coraje y se me quedó dormida tras algún sueño la niña del aire.

La niña con las alas abiertas al mundo y a la esperanza, la que podía volar con sus pensamientos a cualquier lugar menos al sol, porque sabíamos mi abuela y yo que el sol quemaba y deslumbraba mucho.
“Figúrate con lo que quema al medio día en nuestro patio, lo que debe ser allí en lo alto del cielo”, me decía ella entre risas.

Y según mi abuela Dios, era un pintor que pintaba la tarde de colores y que también deslumbraba mucho aunque no quemase nada, y a Dios había que rezarle, para que no perdiese su magia y al sol contarle sus leyendas mitológicas, que eran casi tan antiguas como las primeras piedras del mundo, en las que se decía que el sol era el astro que te derretía las alas si te acercabas mucho a él y que te caías otra vez en picado a la vida que habías querido dejar atrás, haciéndote encima tremendo daño.
Y nosotras no queríamos caernos, ni hacernos ningún daño, por eso mi abuela y yo decidimos que nunca volaríamos al sol.  A la luna y a la noche sí, y al estreno de la aurora, como en un cuento de hadas, también, pero al sol nunca, jamás.

Ella alguna noche, necesitaba ponerse de rodillas, ponernos las dos juntos y a “cuatro esquinitas tiene mi cama”, como a ella tanto le gustaba, yo muy niña y ella muy maga, rezar para el sol y para que la magia del  Dios pintor de mi abuela, siempre lo dejara bien encendido antes de irse a inventar alguna fábula nueva.
Yo  llegué a estar en aquella época, completamente convencida de que ella era también maga y que en su mirada azul de lienzo,  había un pedazo de cielo contenido pestañeándome, y que en las pequeñas arrugas que rodeaban sus labios,  yo de niña nunca lo pensé, pero de mayor ya sí supe, que cada vez que había apretado muy fuerte la boca, había ido invitando año tras año a que se instalasen allí las huellas del tiempo, alrededor de sus labios, que silenciaron tanto el que habían vivido, en los años malos, para que mis ojos niños no supieran aún ni del dolor que había en el mundo ni del llanto de mi abuela.

Ella me hacía viajar por el sueño de los cuentos, de las fábulas, de la prosa de lo escrito bien y bonito para soñar en vida bien y bonito.
Habíamos leído juntas el llanto y el canto de sus poetas andaluces, habíamos recitado sus poemas y luego ella había querido también que rezásemos por ellos, por los que ya no estaban, ni siquiera en el exilio y sin embargo seguían viviendo eternamente entre las letras y nuestros corazones y con toda certeza, según mi abuela, también en el centro de alguna estrella del cielos.

Ella me hizo ser la cuenta cuentos,  jugando a explicarle historias de mares y sirenas a una escuela de muñecas casi calvas, de tanto querer yo peinarlas.
Me hizo creer y sentir, que todo era posible si lo hacíamos sueño nuestro. Que un sueño bonito, era un mandato para el cielo, eso me decía,  mientras sonreía, completamente convencida.

Ahora retengo en mis ojos su mirada eterna y azul, la plenitud con que me inunda su recuerdo y cada tarde derretida entre sus brazos y el calor de Andalucía, y tal vez sí, sí que es verdad que estoy necesitando mucho, ya volver de nuevo al sur, a ver si allí encuentro la paz de mi alegría otra vez alborotada en el patio de mi abuela, y aunque ella ya no esté, seguro que me inunda su presencia, flotando entre las flores. Y tal vez pueda hallar las respuestas que aquí no atino a encontrar y las huellas de cada sueño, que se me fue perdiendo al dejar que se escapara de las manos, la niña del aire.

Así que en cuanto huela un poco a otoño, y el calor no me derrita esta piel ya poco acostumbrada al fuego vivo del Sur, me voy otra vez para allá, a ver si se me dora un poco el alma, a ver si latiéndome el lamento en la cuna de mis maestros y poetas, se me riegan de magia otra vez las venas.
A ver si me resuena y me retumba muy fuerte en el pecho el son de cada guitarra, y si en un ritual de fuego prendo con ascuas las tristezas…

Y  algún rallito de sol o de brillante luna del Sur, hace que se me olvide el olvido y se me ilumine de nuevo la alegría.







Manuel de Falla

“El Amor Brujo”

"Danza del Fuego Fatuo"


4 comentarios:

Jose Zúñiga dijo...

" A la luna y a la noche sí, y al estreno de la aurora..."
Ya me vale.
Bs

Anónimo dijo...

siempre es un gustazo leerte. interesante texto.
besos

Unknown dijo...

Querida Mayde, esperé a leer las dos partes para comentar tu relato, maravilloso, donde descubres y nos regalas tus sueños con palabras que son poesía.
Me encanta la ternura con que hablas de tua abuela, serà porque, para mì, mi abuela era tan importante.

Te mando un fuerte abrazo.
Leo

Kim Bertran Canut dijo...

Abrazos sinceros y ciertos y dejemos de dar cuerda a nuestros cronómetros, quizá así poseeremos suficiente tiempo…para vivir de nuevo la niñez...la vida…