“Los labios de la noche
se fundieron con los míos
para curar mí pobre corazón
para curar mí pobre corazón
que está perdido…”
Letra de Estrella Morente
Música de Vicente Amigo
Yo quería haber tenido siempre intactos mis sueños, como en el Sur y cada soplo de mi infancia bailándome entre los dedos…
Seguir pintando cada día, dibujos a cuatro trazos de colores, de cada sueño que se me ocurriera, lanzarlos en un avión hacia el cielo, o meterlos a ellos y a mi en un velero blanco y así recorrernos juntos los cinco océanos del mundo, partiendo del puerto de Algeciras. Ver en mi viaje imaginario delfines y ballenas, saber si de verdad existían las sirenas.
Yo quería llevar siempre a cuestas mis libretas de dibujos y sentir las flores revueltas con las mariposas, revueltas revoloteando entre la ventana, la almohada y el mundo que quería ver a través de mis ojos.
Yo quería llevar siempre a cuestas mis libretas de dibujos y sentir las flores revueltas con las mariposas, revueltas revoloteando entre la ventana, la almohada y el mundo que quería ver a través de mis ojos.
A veces siento, que tal vez debe ser por eso, que me sigue quedando cielo y mar y montones de recuerdos de mi infancia, impregnada del aroma y del color de mis vivencias en el sur, y cada vez que empiezo a soñar de nuevo, se me escapa todo, de pura añoranza.
Yo jamás me había soñado, viviendo en un lugar rodeado de bloques de cemento, de calles grises y gentes llenas de prisa. Me soñaba más bien, inundada de olor a tierra y a mar y a verde, viviendo siempre cerca de campos y limoneros, de horizontes de olivares, de espigas de trigo dorándose al sol y al viento, para traernos tras la cosecha, el sabor delicioso del pan blanco de pueblo.
Quería caminos hacia la sierra, sendas de rocieros, guitarras sonando en sus melodías, y un mundo lleno de niños y de risas y de juegos, para luego reencontrarme en la sapiencia y las horas tiernas entre las manos de los ancianos, de cabello blanco impoluto y sonrisa y ojos de conocer muy bien el mundo, como tenía mi abuela María.
Ella fue la que me hizo ser la niña del aire, la niña cantarina que saltaba a la comba de los sueños. Y yo había aprendido a resumir un mundo muy mío y completamente perfecto entre los limoneros y las flores del patio de su casa. Allí donde nacía el olor de los jazmines y el color de los geranios junto a las paredes encaladas, y el rumor de los olivos y los almendros se perdía en los campos cercanos y la tierra seca, por el sol perpetuo, era amable a la sonrisa y al paso humano.
Como cada una de sus gentes, que tenían también ese gesto agradable y ningún reparo en preguntarte si no te conocían o no te recordaban y te veían paseando por la calle cuando tú acababas de llegar para pasar allí el verano: "¿niña… y tú de quien eres?"
Y yo no supe que decir, la primera vez que escuche aquella pregunta, no acabé de comprender que querían decir con aquello, pero le pregunte a mi abuela al llegar a casa, sabiendo que ella me daría la respuesta y así yo sabría que contestar la próxima vez que la gente me preguntara…
“Tú diles, cuando te pregunten, que eres de los mineros y que estás viviendo en casa de María la minera, que es tu abuela”.
Entonces me contó, que ese era el mote que tenía la familia de mi madre desde que un tatarabuelo, mucho antes de la guerra, se había marchado a trabajar a las minas de plata de Linares, dejándose allí la piel y los sudores, para regresar a casa con los bolsillos llenos y ese mote para su familia y las próximas generaciones.
Así, que al día siguiente, cuando volvieron a preguntarme, yo dije bien contenta y segura de mí misma:
“Yo soy de los mineros y de mi madre bonita” se me ocurrió añadir, así de repente.
“Yo soy de los mineros y de mi madre bonita” se me ocurrió añadir, así de repente.
De mi madre bonita, la que ahora tiene setenta años y cuatro olivos de aquel pueblo de Andalucía nuestro, plantados en su jardín, en el otro extremo de España, en un pedazo de tierra que mira hacia el mediterráneo, para tener siempre que ella quiera un cachito de Andalucía donde sentarse a coser por las tardes, mientras la vista se lo siga permitiendo.
Y desde niña, yo la había visto con su mirada blanda perdida en ellos, más de una vez viajando como a través del tiempo entre sus verdes ramas, respirando muy hondo y sonriendo, sintiendo como si estuviese en su tierra otra vez. Entonces, volvían a nacerle urgentísimas las ganas de verano, y cuando mi padre, por fin tenía vacaciones, regresábamos, de nuevo al Sur.
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Imagen obtenida de la red |
1 comentario:
Qué bella evocación, niña de los mineros.
Un abrazo.
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