miércoles, 7 de enero de 2015

La niña de la cueva y yo (Versión para Slam)


Vivíamos sin dar paso al invierno, la niña de la cueva y yo. Llevábamos leotardos y aún así, teníamos los sueños helados. Pero sobrevivíamos, siempre dentro de la cueva. Caminábamos lento sobre la nieve del recuerdo, porque era fértil y  paría otros recuerdos, y toda la cueva era un desguace. Y teníamos que ir esquivando los bultos, el hielo y las espinas que nos había derramado lo fiero de Diciembre. 
Nos protegíamos del hielo prendiendo un fuego de palabras. Entonces, llegaban los poemas. Y nosotras nos cogíamos de la mano y decíamos: ¡Entrad poemas! y los pobres poemas entraban en la cueva, inconscientes de que ya nunca podrían salir de ella porque serían para nutrir nuestra hoguera y nuestra soledad. Muchos de ellos, los quemábamos. Otros eran: poemas para manta, para los mismos pies y el corazón helado de los sueños. Otros, eran lluvia como llanto; para llorarlos dentro y que la niña, la cueva, y yo en la cima de la lluvia,  fuésemos al fin y al cabo la misma cosa.
Y así, resistíamos los días; sin dar paso a Diciembre, porque había sido cruel con nosotras, como la herida era cruel sobre la piel de la niña. Habíamos vivido mano a mano, la tez de dos diciembres después de él. Habíamos tejido el miedo al hombre. Habíamos quemado más de cien poemas. No sabíamos, ningún otro modo de supervivencia. Cerrábamos la puerta a los amigos. ¡Que no queremos salir, joder! Y Diciembre era un mes para estar dentro, para quemar poemas y hacerle la guerra al hielo.
Pero un día la niña de la cueva, se levantó de mi cama, se puso frente a mis ojos y dijo: ¡Basta! Y se escapó vestida con cuatro trapos de colores y sus zapatos rojos.  Tuve que armarme de valor para salir a buscarla. Me sorprendió que no hacía nada de frío, me cayó la noche encima y cuando regresé a la cueva; ella, estaba allí. Me miró sonriendo. Había puesto flores de invierno en todas las ventanas. Había comprado un lienzo con un océano y una cometa volando sobre él. Señaló la cometa y me dijo: ¡Esa, eres tú! Había dibujado un pájaro y un sol amaneciendo en nuestra habitación.  Yo no dejaba de asombrarme y entonces, me cogió de la mano, me llevó hasta la puerta, la abrió de par en par, y dijo: ¡Salid, poemas! Y empezaron a salir jubilosos, en busca de otra pieles o de otras niñas heridas, por haber sacado a flote a "su mujer de cuevas". Llenamos la cueva de sonidos. 
¡La vida era música! Llamamos a los amigos, porque era tiempo de celebrar la vida.
Y  regresamos al tumulto de los días. Al frío sobre el corazón caliente de Diciembre. Al ritmo de la piel en lo mundano.  Abrimos la puerta al invierno. Y esta vez, antes de que llegara el solsticio, nuestra casa-cueva ya estaba preparada.

*las imágenes han sido tomadas de la red

3 comentarios:

Rafael dijo...

Precioso, como siempre.
Un abrazo.

Calma en días de tormenta (Darilea) dijo...

Con ganas de escucharte en directo
Besitos Mayde

María Socorro Luis dijo...

.Delicioso. Puritita magia y poesía.

Te había perdido la pista. Intenté varias veces entrar en tu blog y no pude hacerlo. Hoy me alegro por lograrlo.

Un abrazo atrasado y enorme.

Soco